lunes, 9 de enero de 2012

¿A quién le importa Haití?


Dos años después del terremoto, ¿cómo es la vida en Haití?

Pese a las promesas de reconstrucción y a la inversión de 2.380 millones de dólares, miles de personas siguen sin tener una vivienda digna.
Imagen de Dos años después del terremoto, ¿cómo es la vida en Haití?
Centenares de personas siguen viviendo en campamentos precarios - AP
Días después del devastador terremoto de 2010 que mató a su hijita y destruyó su vivienda, Meristin Florival y su familia extendieron una lona en una colina de la capital haitiana y se instalaron a vivir en ese lugar. De allí no se han movido.


A pocos kilómetros, Jean Rony Alexis se mudó del campamento donde estuvo varios meses después del terremoto a una choza precaria que construyó la Cruz Roja, pero no está mucho mejor. El alquiler se duplicó y no tiene agua corriente ni trabajo. "No veo ningún beneficio", expresó Alexis, un vendedor callejero, que ahora vive en una choza donde retumba el ruido de un bar vecino, el "Frustration Bar".


Florival y Alexis figuran entre los cientos de miles de haitianos cuyas vidas apenas si han mejorado desde el terremoto, a pesar de la llegada de una cantidad sin precedentes de ayuda del exterior.


El secretario general de las Naciones Unidas Ban Ki-moon, el ex presidente estadounidense Bill Clinton y otros prometieron "construir una Haití mejor" que la anterior. Sin embargo, muchos haitianos no perciben mejoría alguna en su situación, no obstante una inversión de 2.380 millones de dólares en la reconstrucción.


Inicialmente se anunciaron grandes planes y se dijo que de los escombros surgiría una ciudad moderna que daría mejores condiciones de vida a sus 3 millones de habitantes, pero ahora el gobierno parece estar enfocándose en las cosas básicas, abordando proyectos que buscan crear viviendas para los desplazados en sus viejos barrios, renovar la infraestructura y encontrarle trabajo a la gente a través de amigos.


Las razones del lento progreso son varias. En Haití, uno de los países más pobres del mundo, a menudo no está claro quiénes son los propietarios de las tierras y esto genera trabas burocráticas. También hubo un impasse político que duró más de un año y que todavía afecta la toma de decisiones.


Luego del terremoto hubo elecciones que fueron cuestionadas y generaron disturbios. Puerto Príncipe estuvo paralizada tres días y el aeropuerto internacional fue cerrado.


Incluso después de resuelto el asunto y de que Michel Martelly asumió la presidencia en mayo de 2011 hubo nuevos problemas. Martelly, un astro de la música pop sin experiencia política, se tomó seis meses para designar un primer ministro encargado de supervisar la reconstrucción. Irritó a la oposición cuando su gobierno detuvo a un diputado sin seguir los procedimientos legales y también al nombrar un primer ministro sin consultarles. Respondieron obstruyendo todos sus movimientos.


Durante seis meses Martelly gobernó con ministros del antiguo gobierno. "Se creó una situación en la que era difícil hacer cosas", comentó el nuevo ministro de relaciones exteriores Laurent Lamothe.


Otra víctima del impasse fue el grupo de trabajo encabezado por Clinton, enviado especial de las Naciones Unidas, pues los legisladores se negaron a renovar su mandato, aduciendo que había pocos haitianos. Hay quienes creen que esa fue una excusa y que el objetivo era perjudicar a Martelly. Así, durante seis meses no hubo organismo alguno que coordinase la construcción de viviendas.


Mientras tanto, no era inusual encontrar empleados del estado durmiendo en sus escritorios, a la espera de órdenes que nunca llegaban.


El gobierno y organismos internacionales dicen que han habido algunos progresos, como la construcción de 600 aulas que reciben 60.000 estudiantes, la limpieza de casi 10 millones de metros cúbicos de escombros y la pavimentación de calles y carreteras.


Pero los campamentos, el símbolo más visible del terremoto, siguen presentes en las laderas de las colinas que rodean la capital o encerrados entre los callejones de la ciudad


El 12 de enero de 2010 Haití fue estremecida por un terremoto como jamás habían visto y se habla de más de 300.000 muertos. Nadie pensó que dos años después, la capital siguiese en ruinas. Los campamentos de refugiados dieron lugar a verdaderos barrios marginales.


Luego de la emergencia inicial, en que se dio prioridad a alimentos y medicina, la principal necesidad fue dar vivienda a 1,5 millones de personas que se quedaron sin techo. Más de 400.000 edificios fueron destruidos total o parcialmente por el terremoto de magnitud 7,0. Ya pasaron dos años y la escasez de viviendas sigue siendo el mayor problema.


Más de 550.000 personas aún viven en campamentos lúgubres y densamente poblados, y muchos de los que se fueron de esos sitios, desalojados o porque consiguieron una vivienda, dicen que su situación apenas si mejoró, y en algunos casos empeoró.


Haití jamás le importó a nadie, el mundo mantiene ese país como si fuese un pozo de miseria, un campo de concentración de indigencia y desahucio. En esa actitud hay racismo, hay desprecio a los pobres, hay olvido premeditado. El gran cinismo de Occidente siempre ha sido interesarse por hacer fracasar un país cuando toma su destino en sus manos, o elige su propio camino al margen del control político y económico dominante. Siempre a las potencias occidentales les interesó más un Haití sometido, miserable, vencido; que no un Haíti surcando el Caribe con autodeterminación y justicia. Haití, el espejo de África en América debe ser un lugar miserable porque África es un lugar miserable. El poder racista occidental no puede permitir que los negros sean capaces de autogobernarse y avancen hacia la justicia social. Para ese poder, los negros tienen que ser unos incapaces, unos inutiles, solo unos monos mal vestidos.

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